RELATO CORTO

UN SUEÑO DULCE

Hace unos días tuve un sueño dulce, de los que no recordaba haber tenido en años. Tenía veinticinco años menos y carecía de preocupaciones, esas que llegan con los años, o quizás esas que nosotros mismos hacemos que crezcan por apegarnos tanto a las personas o de capacidad de gestionar nuestras emociones. Con esa juventud en el rostro se me veía feliz.

Me hallaba en la maravillosa terraza de un local de moda de Madrid, frecuentado por gente famosa. Estaba situada en una gran avenida y en la acera de enfrente se divisaba una interminable valla de piedra con un enorme portón enrejado, que guardaba una lujosa finca y una mansión de película inglesa.

En mi sueño, el camino que conducía a la casa se reducía a un par de cientos de metros, puesto que, tras el enorme portón de forja, la enorme mansión se veía cercana.

Desde la terraza, donde tomabamos unos deliciosos cócteles, comentaba risueña a mis amigas que esa era la casa de mi novio. «Ahí vive mi chico», añadí, «se llama Fulanito». El tal fulanito era rico, riquísimo. Mis amigas me miraban con curiosidad y cierta envidia que yo percibía por su gesto ligeramente torcido. De pronto, recibía una llamada. Era mi novio y por lo que yo contestaba, al otro lado del teléfono me invitaba a realizar un viaje en coche con mis amigas. Por lo visto, aquel viaje era algo que llevaba deseando hacer hacía tiempo, ya que lo comenté a mis amigas. Una escapada de chicas…

Colgué, me levanté e invité a estas a acompañarme al concesionario Mercedes que -los sueños son la caña- se hallaba nada más cruzar la calle, lindando con la valla de la mansión de mi acaudalado novio.

Nos recibió un elegante caballero con traje y corbata -mi perdición- y afirmaba haber recibido el encargo de mi fulanito de ser complacida. Su ñiña tenía que salir conduciendo el mejor coche.

Salí del concesionario con un pedazo de Mercedes con todos los extras. Hasta matriculado por arte de Morfeo, que todo lo puede. De este modo, con mi Mercedes, mis amigas y las ganas de los veintipocos, cogimos carretera y manta, destino a vete a saber dónde, dejando a fulanito en su mansión y muy feliz por hacer realidad los sueños de su chica.

Desperté con una gran sonrisa en la cara pues no siempre se tiene una pareja tan complaciente. Ni siquiera pensé en cómo sería físicamente mi fulanito, solo me quedó el recuerdo de lo que sentía por mí, que, de seguro era algo muy grande, cuando solo pensaba en satisfacer mis deseos sin mencionar siquiera sus propios sueños.

La vida, tristemente, se encarga de darnos esa bofetada de realidad y estampa como una tarta en nuestra cara los dulces sueños que Morfeo nos regala en contadas ocasiones. En el amor, entendido por la mayoría, si no se posee al otro es que se quiere poco; si no se ponen lazos es que se quiere poco y si los sueños del otro no son los de uno, es que se quiere poco. Todo es poco para el ego y no hay amor si no se recibe amor,

Sin embargo, los sueños que muestran que lo natural del amor es desear la felicidad del otro en detrimento de la propia, parecen utópicos, irreales y falaces.

Me quedo con mi sueño y mi falacia. Me quedo con ese fulanito que es feliz plantando mil sonrisas en mi cara y regando un amor sincero, generoso y sin lazos.

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